viernes, 29 de junio de 2012

El árbol de las despedidas inexistentes


Hablan de lo horribles que son las despedidas. ¿Y qué hay de lo que sucede cuando no sabes que es una despedida? De esa arrolladora sensación en el pecho cuando descubres que lo que debió ser una despedida sólo fue cualquier otro momento que creíste "uno más". No le diste importancia, ni siquiera lo recuerdas con claridad. Creíste que había miles de momentos detrás, pero detrás sólo hay tiempo vacío. Embolsado y empaquetado, al que quieres ponerle fecha de caducidad. Supones que tiene una, pero no se sabe cuando será, así que prefieres no darle cifra, porque todo apunta a que sólo será una decepción más. Y ya fueron bastantes.
Todos aquellos miniproyectos futuros, por vanales que fueran, no sucederán cuando se propuso. Por dos simples motivos: o esos momentos pasaron, o esas acciones no desean ser realizadas por quien las mencionó.
No importan las luchas pasadas, aquellas en las que se intentó por el mejor camino: aquí sólo cuenta el presente. Y la espera. Esa eterna espera entre el "ahora", que siempre resulta estar algo más atrás en el tiempo, y el "no se sabe cuando". Sabes que no es mañana, ni la semana siguiente, ni la anterior; puede que falte un mes, dos, o quizá de pronto, toda la vida. Sólo sabes que no es hoy, y que cuando mañana abras los ojos las cosas seguirán igual, sólo crecerá esa incómoda sensación en el pecho, hasta que te acostumbres, si es que llegas a hacerlo. ¿Y cuál es la recompensa? Seguir esperando, hasta que llegues a saber si mereció la pena.
"¿De verdad voy a hacer esto?" piensas. "¿De verdad voy a aguantar esto? ¿En serio voy a sentirme así por tanto tiempo sólo por creer en que merece la pena?". Piensas en lo intranquila que te sentiste cuando aún no sabías que habría una despedida, cuando sabías que algo no iba bien pero nadie quería explicarte por qué. Lo comparas con cómo te sientes ahora. Y decides compararlo con lo que sentiste en el pasado, antes de que se torcieran las ruedas y te estamparas contra el árbol. Y entonces te viene una imagen, una imagen muy nítida de lo que quieres, una demostración de cómo de alguna manera forma parte de tu vida. Y entonces respondes: "sí". Porque no eres una cobarde. Y sabes que realmente, si llega a existir un tiempo en el que el coche vuelva a ponerse en marcha y te alejes del árbol y de sus intrincadas ramas, todo volverá a ir sobre ruedas.

miércoles, 27 de junio de 2012

Copito y Miss Sunshine

Érase un pequeño copito de nieve. Como todos los copitos de nieve, no aguantaba el calor, y odiaba los bichos. Era totalmente blanco, de esos alargados y finitos que miran con envidia esos otros totalmente redonditos, con una figura esférica perfecta. Le gustaba desplazarse con el viento y quedarse cerca de los ventiladores; entraba raudo por las puertas de los centros comerciales en verano, buscando el frescor del aire acondicionado, para evitar ser una gota de agua en el suelo, a merced de cualquier pie que se le posara encima. Se tomaba su tiempo en los desplazamientos, y no le gustaba demasiado acompañar a otros copos de nieve.
-¡Hay mucho espacio!-siempre decía.-Y prefiero estar con mis pensamientos.
Es por eso que se pasaba gran parte del día pensando. Pensando en sus cosas favoritas: el invierno, el Polo Norte, la Navidad, viajar, y el color blanco. También le gustaba el azul, pero eso podía indicar hielo derretido, y eso no le agradaba tanto. Uno de esos días en los que empieza a terminar el invierno, se encontraba flotando por la calle, cuando algo cayó sobre él y lo derribó.
-¡No, socorro!-gritaba.
-¿Qué ocurre, qué ocurre? ¿A qué tanto grito?
-¡Quítate de encima, apártate! ¡Voy a derretirme!
Y es que lo que había caído sobre él era un pequeño rayo de sol perdido.
-¡Disculpa!-y la despistada se echó a un lado.-Estaba distraída y no te vi. Me llaman Miss Sunshine, ¿y a tí?
-No me llaman de ningún modo. Me llamo Copito.
-¿Copito? Curioso, pero... me gusta-y le dedicó una sonrisa tan deslumbrante, que él tuvo que esconderse detrás de una farola.
-¡Para ya! Y, Miss Sunshine... ¡Qué nombre tan extraño! Y tú también lo pareces.
-¿Yo? ¿Por qué?
-¿Dónde están los otros rayos? ¿Y por qué te paras a hablar conmigo? Nunca vi ningún rayo de sol que se parara a charlar con un copo de nieve.
-¿Y por qué no? ¿Qué tiene de malo? Mientras que no vuelva a caer encima de ti, no hay peligro. Y los otros rayos... no lo sé. Iba con ellos, pero me perdí-y en este punto agachó la cabeza, avergonzada.
-No te preocupes, tranquila. Yo te ayudaré a buscarles.
-¿De verdad?
-Claro, y así podrás seguir con ellos, y no tendré riesgo de derretirme.
-Bien.
Comenzaron la búsqueda: él pegándose a la pared, buscando las mínimas sombras, y ella  una distancia prudencial, buscando a sus compañeros. De pronto, él soltó un alarido.
-¿Qué ocurre?
-Un bicho. Mírale.
Una hormiguita cargaba una miga de pan y se movía en dirección a Copito.
-Calma-dijo Miss Sunshine, justo antes de ponerse delante de la hormiga.-Hormiguita, apártate un poco, que asustas a mi amigo.
El pequeño insecto cambió su trayectoria, y Copito miró agradecido a Miss Sunshine. Siguieron avanzado, y él iba perdiendo el miedo a derretirse, así que permitía que ella estuviera lo bastante cerca como para conversar. Llegaron a una gran avenida.
-Mira, ahí. Junto al árbol.
Y efectivamente, ahí estaban los compañeros de Miss Sunshine, entreteniéndose haciendo formas en el suelo al pasar entre las ramas de los árboles.
-Creo que es el momento de la despedida. Te echaré de menos. Ha sido un placer conversar con un copito de nieve. Sois muy curiosos.
-No te sientas triste. Nos veremos otro día, seguro-hablaba mirando al suelo, incapaz de levantar la vista.
-¿Me lo prometes? Siento haberme caído encima de ti.
-Bueno, es lo mas entretenido que me ha pasado esta semana. Y no me importaría seguir conversando contigo.
-¿Intentas decirme algo?
-No te vayas con ellos. Quédate conmigo.
-Pero somos un copo de nieve y un rayo de sol. Es una mala combinación.
-Arriesgada, quizá difícil, pero no mala. Malo sería no volver a verte.
-¿Entonces? ¿Qué propones?
-Vernos a menudo. Pero necesitaré mi tiempo a solas para recuperarme y no derretirme.
-¿Me concederás el resto de tu tiempo?
-Sólo si tu me concedes el resto de tu existencia.
-¿No es lo mismo?
-Lo sería, si no fuéramos tú y yo.

domingo, 17 de junio de 2012

Soñemos despiertos

Levantémonos una mañana, abramos bien los ojos y miremos por la ventana. Yo veo un mendigo, veo una madre que vuelve cansada del trabajo, veo un anciano que apenas se sujeta en su viejo bastón. Veo una niña sin regalos de cumpleaños, una empresaria que cierra por quiebra y un payaso que ya no sabe hacer reír. Todos se preguntan cómo llegarán a fin de mes, y ninguno lo sabe.
También veo gente que tiene mucho, y que quiere más, que vive del cuento, con chófer, asistenta y mayordomo, y que dice intentar arreglar el país mientras se carcajea en sus adentros. Y es muy injusto, y nadie hace nada.
Así que mientras que no haya una gran movilización, solo queda soñar. Soñar con que habrá un futuro mejor, una vida mejor, un país mejor. Volvamos a mirar por la ventana. Veo personas con esperanzas, con esfuerzo, con ilusión. Intentan quedarse con lo bueno de la vida: el amor, la amistad, la familia... juntos comparten sus desilusiones y las alegrías de las que aún disponen. ¡Fíjate! Sonríen. Aún. Porque no son infelices del todo. Saben que la situación es pésima, saben que durará mucho más. Pero saben que tiene un final, y que hasta que llegue, sonreír es gratis, y bromear y hacer que los demás se sientan bien, también.

viernes, 8 de junio de 2012

Fingir

Finjamos que no existe el dinero, que nada ha de comprarse. Finjamos que seguimos siendo iguales ante la ley, que nadie parece mejor que nadie. Finjamos que la Luna siempre está llena y la lluvia nunca cae sobre este tejado. Finjamos que no tienes que irte, que no llevas prisa, que te quedarás aquí. Pero debemos fingir bien.
Ven, yo te pongo otra almohada más y te abro las sábanas. Ahora duerme, que se hace tarde. Pero no para irte, es tarde para estar despierto. Tarde para pensar en algo más que no sea descansar conmigo. Para cuando despiertes, te sentirás mejor: tendrás delante de ti un buen plato de comida y yo seguiré contigo; cuando te asomes por la ventana, verás sólo un brillo plateado, reflejo del gran satélite; cuando quieras dar un paseo verás que todo está limpio; y cuando abras el buzón, encontrarás una disculpa de los ladrones.
Es hora de fingir. Es hora de tomarnos la vida como si sólo tuviera lado bueno. Mas no lo olvides: siempre hay que dejar de fingir, y hay que ponerle fecha. Digamos mañana, digamos dentro de un mes. Digamos que cada vez que nos miremos a los ojos, el mundo será como debería ser. Y no olvidemos que al apartar la vista, todo volverá a ser como es.