lunes, 30 de julio de 2012

Vergüenza

Está ahí, latiendo bajo la piel. Se pega a los huesos, se atornilla a los músculos, se enreda en el Sistema Nervioso y se hace notar. Las mejillas se sonrojan, la cabeza se baja y la sonrisa se esconde. Sujeta las muñecas y pregunta:
-¿Te quito la vergüenza?
No es tan fácil. Pero intentarlo no parece complicado.
Entre tiempo y tiempo, abraza y susurra "sweet child o' mine".
¿Se escuchan? Son latidos de corazón, agitados pero acompasados. Late, pequeño músculo, no dejes de hacerlo, continúa. La piel se pega, los ojos se observan. Vence la vergüenza, es posible. Todo parece posible ahora. Respira, vive. Detén el tiempo, que no pase ni un segundo más. No es posible, lo sé. Pero lo sigue pareciendo. 

viernes, 27 de julio de 2012

Dulce

No sabía que unas almendras de chocolate pudieran ser tan dulces. Se derriten, con Sol o sin él, y emanan una suavidad irrefrenable. Apetece quedarse junto a ellas, mirarlas, comerlas. Apetece que nunca falten: sería tan horrible tener que echarlas de menos... El chocolate es tan líquido que parece que se pueda sumergir en su interior, navegar en profundos mares oscuros y beberlo a grandes tragos.
Y si el almendrado chocolate parece suficiente, aún hay más: éste queda rodeado por una nube de algodón de azúcar, tan suave que apetece usarlo de almohada. Es igualmente dulce, pero nunca hasta el punto de ser algodonoso. Y entre el manto de algodón hay pedazos de caramelo, de tiznes oscuros e igualmente dulces. Su sabor es comparable al trabajo del mejor respostero.
En definitiva, todo un apetitoso postre, todo un manjar. Todo un dulce de almendras con chocolate.

miércoles, 25 de julio de 2012

Juguemos

Vamos a jugar a algo que no habías jugado antes. Cierra los ojos, y dame la mano.
Yo te llevaré a un bosque encantado, repleto de hadas y duendes, y algún que otro dragón, de los que no hacen daño. Tienes que pisar el suelo con cuidado, no sea que caigas en una ciénaga; pero no has de preocuparte, yo estaré ahí para sacarte de ahí, al otro lado de tu brazo.
Respira fuerte, ¿lo hueles? Son violetas, dispuestas a perfumar tu cabello. Y si te fijas bien, tienen un brillo especial, y son más grandes de lo normal. Aquí no hay insectos polinizadores, ni de ningún otro tipo. Es un lugar donde nada puede picarte ni hacerte daño.
Allí, a lo lejos, hay verdes praderas húmedas, donde poder revolverse entre la hierba, ¿qué te parece el suave tacto?
Sonríe, vamos, lo estás deseando. No hay nadie más que pueda ver tu expresión de felicidad, así que despreocúpate.
Solo hay una pega: no puedes abrir los ojos. Si los abres, descubrirás que no hay dragones, hadas ni duendes; que las ciénagas no son más que charcos; que las escasas y pequeñas violetas no huelen muy fuerte; que hay muchos molestos insectos; y que las praderas son más pequeñas y sucias de lo que esperabas. Pero hay algo que no cambia: si miras al final de tu brazo, yo seguiré ahí, para salvarte de los charcos e inventarme bosques encantados.

domingo, 22 de julio de 2012

Síes y alfombras

-Sí.
Es increíble lo que da de sí una palabra, lo mucho que se puede pensar en ella y lo emocionante que resulta el camino a recorrer.
Observo sus ojos, y lo que me dicen. Lo que dicen cuando no hay palabras, e incluso cuando me esquivan. Lo observo detenidamente. Pienso en él, en todo lo que significa, en lo que podría significar. En lo que es y en lo que podría llegar a ser. Y repito lo que ya ha oído.
-Sí.
Y sonríe. Sonríe como si escuchara la mejor noticia de su vida, como si eso le hiciera el hombre más feliz. No puede evitar abrazarme, y yo no puedo evitarlo tampoco, ni lo pretendo. Porque yo ya tenía ese sí en mi cabeza, pero ya se sabe, no es igual saberlo que oírlo, dejar que los sonidos se mezclen con el aire y fluyan. Y dejarlos fluir es sumamente gratificante.
Esto es todo una aventura. Una nueva, brillante y lustrosa. Es como tener enfrente una gran mansión, y una alfombra roja a los pies. Hay miedo de adentrarse, miedo de romper o manchar algo, de no saber apreciarla como merece.
-Perdón-se dice, por adelantado.
-No tengo nada que perdonarte, pero mucho que ofrecerte.
Y con esa frase, se toma valor para pisar la alfombra.

martes, 17 de julio de 2012

Frío

Hablemos del frío. Del frío que hiela los huesos y llega hasta el alma, del frío que no se quita con el Sol, con calefacción, ni con mil mantas. Hablemos del frío de sentirse solo, de cuando te rompen el corazón, de cuando no queda nada bueno.
Hay pedazos congelados de ti, esparcidos por el suelo. Nadie puede verlos, por eso la gente pasa a tu lado sin verte, y los pisa, los deja ahí, a veces hasta resbalan con ellos sin entenderlo. Y pasan de largo. Pero tú sigues ahí, teniendo frío, en un rincón, tiritando. Esperando que llegue ese calor especial que derrita el hielo y te recomponga. Con paciencia, con tiempo, con amor.
El tiempo pasa. Y tú estás de pronto delante del mar, con el viento hacia ti. Miras la profundidad y quieres saltar, para que ésta sea la última vez que pasa frío. Doblas las rodillas, tomas aire y aguardas. Has oído algo. Tu nombre. Notas una mano en tu hombro, que lo repite. Te giras, y ahí está. Un rayo de Sol, dispuesto a quitarte el frío.

Inmensidad azul

Fuerza. Energía. Pasión. Movimiento. Fluidez. Constancia. Eternidad. Sosiego. Paz. Semejanza. Magnificencia. Todo eso me transmite esa inmensa y salvaje masa de agua en movimiento llamada mar. Cuando la brisa mueve mi pelo y acaricia mi piel, un pequeño escalofrío me recorre por fuera y por dentro. Dan ganas de zambullirse, pero entonces se tomará una perspectiva diferente: entonces apreciaré la sal en mi piel, y mi estaticidad se convertirá en movimiento: notaré las olas mecerse sobre mí, y mi cuerpo parecerá impulsarse solo para, armónicamente, balancearse. Posibilidades: nadar, bucear, quedarse flotando, e incluso luchar por permanecer quieta en la superficie, al menos todo lo que quieta que la mar me permita.
No es época de piratas ni de surcar los mares, no es época de descubrimientos ni de formar parte de la tripulación de grandes galeones de vela. Es época de barcos a motor, con, si acaso, pequeños botes de remos. Pero no parezco acordarme cuando miro ese universo que se muestra azul ante mis ojos: pienso en aquellas épocas pasadas, en navegar en un antiguo barco y en cruzar los mares. Ya se sabe lo que hay al otro lado, pero los mapas no pueden decir lo que los ojos verán.
Se escuchan gaviotas en sintonía con la majestuosidad de las olas al chocar  contra las rocas. ¿Y si escalara al peñasco más alto y me quedara allí a observar? La vista sería sublime.
Huele a sal. Y pienso en peces, en nadar como ellos en las profundidades, sin necesidad de salir a respirar. Pero luego recuerdo el tipo de pesca masiva del siglo XXI y la contaminación, y olvido la fantasía incumplible.
Podría pasarme la vida aquí, junto al mar. Por las noches, la Luna me acompañaría en mis pensamientos, y seríamos dos observadoras silenciosas de esta gran inmensidad azul.