jueves, 27 de junio de 2013

La nada

            -Así que esto es la muerte-dijo.-Pues no se está tan mal.
            Miró hacia los lados, y no vio nada.
            -Este debe ser el vacío del que tanto hablan. ¿Pero no debería hacer frío?
            Justo cuando terminó de pronunciar estas palabras, sintió una fría corriente, como si alguien se hubiera dejado abierta la ventana en pleno invierno.
            -¡Cierren eso!-exclamó, no supo muy bien por qué. Pero alguien debió hacerle caso, porque dejó de sentir frío.-Quizá aquí te obedezcan todos tus deseos. Eso estaría bien.-Así que cerró los ojos e imaginó lo que más deseaba en ese momento. -¡Quiero tarta!-Pero nada ocurrió.-De chocolate-siguió-con almendras y nata. Y caramelo. Y bizcocho por abajo. Y con unas cuantas cerezas rojas por encima, como las buenas de verdad.-Pero siguió sin pasar nada.-Pues vaya-decepcionado, echó a andar.
            Iba dando patadas al aire, gritando palabras que le venían a la mente, sin ningún sentido, por ver si pasaba algo. Pero todo seguía exactamente igual. Esperaba cualquier cosa: distinguir o sentir algo, ver a alguien, o poder hablar con él. Estaba muerto, pero eso no parecía el cielo, al menos no el cielo del que le habían hablado: no había ángeles de rubios rizos tocando el arpa, ni ninguna puerta con un hombre barbudo custodiándola, y tampoco sentía paz. Aunque tampoco parecía el infierno: no oía gritos, no había fuego, no estaba siendo torturado ni veía a ningún ser con patas de cabra, rabo y cuernos que sujetara un tridente. ¿Qué había sido de él? De pronto, se sintió perdido, abandonado a su suerte. ¿Qué le esperaría? ¿Habría algo si seguía avanzando? ¿Realmente estaba avanzando? Y como no podía responder a ninguna de sus preguntas, se detuvo. Se sentó en el suelo y comenzó a sollozar. Pero vio que de sus ojos no caían lágrimas por más que lo intentara; probó a pellizcarse las mejillas, incluso, pero el resultado fue idéntico. Como si de un experimento se tratara, comenzó a golpearse las piernas con los puños; paró cuando se cansó y comprobó que ni siquiera se habían puesto rojas, y que no sentía dolor.
            -Quizá sea esto-se dijo. –Quizá el fin consista en vagar durante toda la eternidad completamente sólo, sin nada ni nadie con lo que entretenerse, y sin poder sentir como cuando estaba vivo.
            Entonces tuvo una idea:
            -¿Y si pensara en todas las cosas buenas y malas que he hecho? Quizá esto sea una especie de limbo, y cuando averigüe qué tipo de persona soy y de qué me debo arrepentir, vaya a otra parte.
            Pero no fue así.

                                          

jueves, 20 de junio de 2013

Tiempo de silencio (Luis Martín-Santos)

Hoy voy a hablar de esta novela, publicada en los 60, pero ambientada la España de los años 40. Se aprecia en cada una de sus páginas la penuria del momento, la amarga desesperanza de quien no aspira a que mejore de golpe el momento presente, y la diferencia, aún existente, entre las clases sociales. Tiene un estilo peculiar para la época, y de hecho, se dice que marcó un antes y un después en la literatura española.
Narra las desaventuras de un médico dedicado a la investigación del cáncer de tipo genético en una cepa de ratones traídos desde Estados Unidos. El problema llega cuando todos mueren más rápido de lo que logran reproducirse, mucho antes de haber sacado alguna conclusión importante al respecto. Así que Don Pedro acude a su ayudante Amador, que confiesa que le regaló un par de ratones a un pariente suyo, habitante de una de las muchas chabolas de Madrid, y que los pequeños roedores han sobrevivido.
Sin pensarlo demasiado, deciden ir a ver al Muecas, cabeza de familia, y poseedor de estos animales. Tiene una teoría acerca de su supervivencia: el calor humano y el estar cerca de feromonas femeninas, para que las ratonas puedan tener celo. Sin embargo, otro asunto ligeramente posterior reclama su atención: una noche, borracho, desflora a la nieta de la dueña de la pensión, quien, junto a su hija, tenían la intención de que algo así ocurriera, para que la joven Dorita pudiera desposarse con él. No obstante, no es éste el suceso en el que pensará en adelante, ya que esa misma madrugada acude a su casa el Muecas, en busca de un médico que pueda socorrer a su hija en un aborto.
No desvelaré más aspectos de la trama; me reduciré a escribir un pequeño fragmento de reflexión de Don Pedro, que deja un sentimiento aciago, a pesar de no tener una relación directa con la trama en sí:
"Nos limitaremos a penetrar en las oscuras tabernas donde asoma sobre las botellas una cabeza de toro disecada con los ojos de vidrio, a seguir los pasos precipitados como si fuera a alguna parte de una mujer pequeña y nerviosa por la noche, a gastar la tarde entera en una cafetería sin que la camarera nos sonría una sola vez, a hacer como que bebemos y beber poco, a hacer como que hablamos y no decir nada, a inventar un nuevo estilo literario y a propagarlo varias noches en un café hasta quedar completamente confundidos."

                                                         

viernes, 14 de junio de 2013

Pedacito de felicidad.

Voy a hablar de una felicidad muy concreta. De la del fin de examenes, de cuando sales por la puerta, esa puerta grande, de madera en mi caso, y suspiras bien fuerte. Piensas: "se acabó, eso es todo. Ya no tengo que volver a casa a estudiar. Ya no tengo que darle vueltas a más preguntas ni asignaturas. Ya puedo relegar mis apuntes al fondo del armario". 
Y te sientes tan bien, tan limpia, tan llena de vida, que de repente notas mucha energía acumulada que quieres liberar. Cada uno lo hará de una forma distinta, pero yo he comenzado con no coger el autobús y dar un fantástico paseo. Con el cosquilleo del sol en la piel, la música sonando en mis oídos y los pensamientos alegres de mi interior, todo parece mucho más sencillo y alegre. 
Sé que es una entrada sin mucho contenido que no creo que nadie considere interesante, pero me gusta expresar mi felicidad por este medio también. Así que ahí va la imagen de cierre:

                                   

jueves, 6 de junio de 2013

Lágrimas

Las lágrimas pueden traernos felicidad. Pueden ser una señal de que nuestro corazón late, de que seguimos sintiendo esperanza, de que podemos conmovernos por las cosas que nos suceden o presenciamos. Nacen de lo más profundo de nuestro corazón, y nos permiten expresar todo lo que no siempre podemos hacer con palabras, y en un lenguaje que no necesita gramática ni léxico, y por tanto es universal. ¿Cuándo fue la última vez que lloraste? ¿Y cuál fue el motivo? ¿Eres capaz de recordarlo? Eso es una buena señal. Señal de que no te has enfriado y sigues sintiendo como el primer día.
En ocasiones las mostramos a todo el que pueda mirar, para que vean que sentimos, que nuestros sentimientos están a flor de piel; otras veces la reservamos para una o varias personas especiales, reflejando la calidez de la relación que sentimos; y en otros momentos, las guardamos para nosotros: son privadas, son nuestras, y sólo nosotros podemos enterarnos de que existen y comprender sus motivos. 
En la mayoría de los casos, sus motivos son tristes. Entonces, suelen ir acompañadas de muchas más. Fruncimos los párpados y la boca y nos llevamos las manos a la cara. Sollozamos, y nuestros hombros se mueven al ritmo de nuestra respiración. Sentimos que algo se ha roto dentro de nosotros, y dejar que el agua salada fluya parece ser el principio de la reconciliación con los acontecimientos. Quiza éste no llegue nunca, pero ahí está nuestra pequeña muestra de sentimiento: ahí esta, en unas cuantas gotas, todo lo que sentimos, todo lo que queremos, todo lo que somos en ese momento. Si lloramos de tristeza, es porque sabemos que no hay solución: nuestros planes y deseos están condenados al fracaso, y ese ha sido el momento de admitirlo. Ya llegará el salir adelante, ya llegará el recomponerse e idear nuevas ilusiones. Por ahora es momento de que fluyan los sentimientos, de abnegarse al fracaso y a la pena, y dejar que salgan las lágrimas.