miércoles, 28 de agosto de 2013

Pasajeros

¿Cuántos suspiros han chocado ya contra la ventana? Mejor será no contarlos, casi olvidarse de que existen, relegarlos a la categoría de "incomodidades pasajeras". Pasajero es todo lo que viene y se va rápido, pasajero es todo lo movible, es todo lo que se acomoda un momento antes de levantarse y proseguir con su camino, pasajero lo es casi todo.

                                  

Mírate al espejo: ¿eres consciente de que tu cara va cambiando poco a poco? Compárala con la de hace quince años, o con la de dentro de veinte. Hasta tus propios rasgos parecen pasajeros de sí mismos. Ahora prueba a maquillarte: lápiz y sombra de ojos, un poco de rímel, pintalabios. ¿Eres de las que se echan polvos en las mejillas, o prefieres pellizcarlas con delicadeza para que cojan color? Da igual, el cambio es visible. Y esta misma noche, o quizás esta madrugada, cuando te quites todo eso, volverás a percibir un cambio. Incluso te verás diferente de antes de pintarte. Pero sigues siendo tú, ¿verdad? Pero, ¿acaso eres la misma que hace diez años? ¿Exactamente igual?
Abre tu armario. No te vestías así, no te digo hace diez años, te digo hace tres. Seguro que hay cosas nuevas, incluso cosas que hace no tanto hubieras dicho: "no me convence", y no te hubieras comprado. Pero ahí, está, colgando de una percha, sin etiqueta y estrenado. ¿Qué hay de tu opinión? ¿No estabas tan segura de todo, hasta de las pequeñas cosas? ¿Por qué alteras tus gustos? ¿Acaso éstos también son pasajeros?
Déjame que te cuente un secreto. Puede que hoy estés muy segura de algo, y quién sabe, puede que esa opinión se mantenga inmutable hasta el fin de tus días, y lleves toda la razón. Pero también es posible que sin darte cuenta, de pronto un día te percates de que en algún momento cambiaste de opinión. Puede que seas más feliz así, o menos, o que el cambio no sea tan influyente como para notar mayor o menos alegría. Pero te habrás dado cuenta de algo: hasta tú eres pasajera.

miércoles, 21 de agosto de 2013

La ciudad del azahar (César Vidal)

Nos encontramos en el siglo X, en Bagdad, de la mano de una fea y desafortunada joven (rubia, de ojos claros, de piel blanca, y por si estos fueran pocos males, zurda), que sin embargo, tiene gran maestría en el arte del laúd. No puede imaginar mejor instrumento, hasta que su maestro Musa habla sobre un laúd… ¡de cinco cuerdas! Qamar quiere conseguirlo a toda costa; el problema es que tiene que viajar hasta las lejanas, prósperas y bellas (por lo que cuentan) tierras de Al-Ándalus. Se  dirige presta hacia allí, encontrando en su interior todo tipo de gentes: las hay buenas y amables, las hay consumidas por el poder y la gloria, las hay supervivientes a toda costa, y sobre todo, las hay deseosas de aplastar al enemigo. Y es que es una época de luchas y conjuras políticas por el territorio y por el poder.

                                              

            Conoce de cerca a un emir que se autoproclama califa (cuando el único califa podía ser el de Bagdad), sintiéndose muy superior a todos los hombres, sobre todo a esos alcáfires nasraníes y yahudíes (infieles cristianos y judíos), que tenían la desfachatez de no querer convertirse a la Única Fe, la de Allah Ar-Rajmán Ar-Rajim. Y no sospecha que hay muchos muslimes de pega: la propia Qamar desconfía tanto de las enseñanzas del Qur’an, que cuando su amado Musa le muestra el texto sagrado de los nasraníes, ella lo relee una y mil veces, se lo aprende, y pone en él su fe, al igual que hizo su maestro anteriormente.
            Elogiada por sus artes musicales, los grandes dirigentes de unas zonas y otras no dudan en situarla cerca de ellos, al tiempo que ella va percibiendo de manera inteligente y prudente, quién se merece lo que tiene y quién no.

            Personalmente, me ha resultado una novela agradable, interesante y entretenida, difícil de dejar y que siempre tiene algo nuevo que contarte o algún episodio con el que sorprenderte. Narrado de la forma más históricamente real posible, el autor nos lleva a un Al-Ándalus de esclavos y reyes, de ambición y de amor, y sobre todo, a un Al-Ándalus cambiante y en movimiento, como las tropas en la batalla.

jueves, 15 de agosto de 2013

Disgustos e imprevistos

Hay muchas cosas que me disgustan: la lluvia, el frío, la ausencia de chocolate, correr o llegar tarde son algunas de ellas. Pero aunque no puedas evitarlas, casi siempre puedes prevenirlas o repararlas: meter un paraguas en el bolso, abrigarte bien antes de salir, comprar en el establecimiento más cercano, andar muy rápido y salir antes de casa. Sin embargo, se convierten en un problema (o inconveniente, si nos levantamos optimistas) si surgen de repente: de pronto nos hemos dormido y en cinco minutos teníamos que haber entrado en clase, o estamos paseando tranquilamente y nos ha caído encima una lluvia de verano. ¡Qué desagradable es estar empapada de agua sucia mientras recuerdas que hace apenas unas horas te habías lavado el pelo, y habías escogido ese día tu camisa preferida!

                                        

Y es que, como la lluvia  de verano, hay cosas que llegan sin avisar. Como esas visitas tan incómodas a la hora de la siesta, justo cuando te habías recostado plácidamente; o encontrarte con alguien que te atraiga el mismo día que decidiste salir a la calle con la ropa con la que sales a tirar la basura por la noche.
¿Nunca os ha ocurrido que os viene algún recuerdo o pensamiento estúpido a la cabeza y se aloja unos días entre circunvolución y circunvolución, bien cómodo y calentito? Y cuando parece que se ha ido, se despereza, emite un amplio bostezo y pide un poco de agua, que ya se te secó la garganta. Te hace preguntas incómodas y asocia sucesos que nunca debieron asociarse. No tienes claro a qué ha venido, solo sabes que a nada bueno. Y es que no puede salir algo agradable de esos seres con patitas y garras que se anquilosan en tu lóbulo temporal como si les fuera la vida en ello. ¿Y qué vida?, te preguntas, si viven a base de la tuya. Y entonces no te queda otra solución: coges una antorcha, te adentras al lugar de donde proviene esa molesta voz, y la arrojas a ese ser no tan desconocido como querrías. Pero cuidado, no vayas a errar el golpe y a quemarte por dentro.

                                    

jueves, 8 de agosto de 2013

Todos los que somos y todos los que estamos

Lindos y bellos, todos los que somos y todos los que estamos.
Hablan de la magia de los cuentos, de lo bonito que sería el mundo si todo fuera perfecto. Pero no hablan de lo aburrido que sería eso. ¿Imaginas no esforzarte por algo que quieres porque todo te sale bien a la primera? ¿O no tener metas porque todo lo que deseas ser o tener está al alcance de tu mano, sin que tengas que realizar el más mínimo esfuerzo? No habría motivación por nada. Rápidamente lo que hoy te parece fascinante mañana será otra cosa más de la que te aburriste, como un niño que tiene tantos juguetes que ha olvidado más de la mitad. ¿Acaso no es más feliz el que recuerda el nombre y las características de sus cinco muñecos y es capaz de repetirte con todo lujo de detalles la aventura pirata en la que participaron ayer, después de la caminata por el desierto en busca de la tumba de un gran faraón de la tarde anterior usando como demás artilugios la imaginación?
De la misma manera, el poder alcanzar tus sueños tras luchar por ellos, el poder decir "he conseguido lo que quería" tras haber mejorado un poco más es suficiente aliciente para seguir el viaje. Y el tener días "normales" hace que los que pases con gente especial, o en lugares agradables, o realizando alguna tarea especialmente placentera merezca la pena. Poder mirar a alguien a los ojos después de un tiempo en su continua ausencia nos hace particularmente felices, aunque sólo sea por un momento. Y es que la felicidad se construye de pequeños pedazos, que en absoluto pasan desapercibidos entre tiempos peores, o simplemente, vacíos.
¿Y qué hay de lo bueno que permanece? De ese amigo de la infancia que siempre ha estado contigo, de ese recuerdo de hace tantos años que te hace sonreír cada vez que lo ves, de ese vestido de verano que tantos buenos momentos ha compartido contigo. Incluso, sí, de lo bueno que permanece dentro de ti. Quizá sea esa ilusión que siempre has llevado contigo, o ese carisma con el que logras conquistar tus objetivos, o ese optimismo con el que enfrentas los problemas, o esa fortaleza con la que siempre sales adelante. Pero siempre hay algo que parece no abandonarnos nunca: nos acompaña fielmente en las tranquilas travesías y en las tormentas.
Desde luego, no me olvido de lo bueno que se añade. Ya sean personas, valores, sentimientos, competencias u objetos, siempre hay cosas por las que estar agradecido con la vida, por pequeñas que sean. Quizá sorprenda su llegada, o quizá fuera muy esperada, pero es algo nuevo que se adhiere a nosotros, a nuestra vida, y nos hace recordar que siempre pueden venir alegrías.
Por todo ello, aprecio lo que soy, lo que tengo y la manera que tengo de vivirlo. Porque me hace sentir satisfecha y a gusto. ¿Y qué más se puede pedir?

                                    

viernes, 2 de agosto de 2013

1984 (George Orwell)

Esta novela distópica, publicada en 1949 de la mano de George Orwell, nos habla de una sociedad totalitaria y represora, donde existe un "semidios", apodado el Gran Hermano, que todo lo vigila y lo controla. La privacidad no existe tan siquiera dentro de la propia casa, y los ciudadanos están entrenados para acusar a cualquiera que tenga el más mínimo pensamiento contrario al Partido, ya sean los acusados vecinos, amigos o familiares.

                                                    

El mundo está fraccionado en tres zonas siempre en guerra, por el buen mantenimiento de la estabilidad político-social: Oceanía (en cuyo interior encontramos entre otras ciudades Londres, donde transcurre la obra), Asia Oriental (donde predomina la "adoración de la muerte") y Eurasia (con el neobolchevismo). La sociedad de Oceanía está dividida en tres estratos: el Partido del Interior (más cercanos al Gran Hermano y con más lujos), el Partido Exterior, y los proles (el proletariado, que incluye alrededor del 85% de la población y viven bajo la ignorancia y la pobreza, pero que "a cambio", tienen la libertad). Y es que el Partido transgiversa la verdad cuanto quiere, retocando la vida de los muertos y de los vivos a su antojo, gracias al Ministerio de la Verdad. Y también existen el Ministerio de la Paz, encargado de la guerra; el de la Abundancia, encargado del racionamiento de comida para que los ciudadanos puedan sobrevivir con lo mínimo; y el del Amor, que se encarga de que sea éste el sentimiento predominante hacia el Gran Hermano, por mediación de la tortura y el castigo.
De entre tantas personas que conviven en este ambiente, Winston Smith levanta la cabeza y se plantea si esto es realmente bueno, como le han hecho creer hasta entonces, y si reescribir periódicos de hace meses para que parezca que el Partido siempre ha llevado la razón no es acaso engañar. Pretende descubrir el significado de las tres frases sobre las que se basa el sistema: "La guerra es la paz", "La libertad es la esclavitud" y "La ignorancia es la fuerza". Lo bueno es que no está solo en esto. ¿O eso es acaso lo malo?

"Lo horrible de los Dos Minutos de Odio no era que cada uno tuviera que desempeñar allí un papel, sino, al contrario, que era absolutamente imposible evitar la participación porque uno era arrastrado irremisiblemente. A los treinta segundos no hacía falta fingir. Un éxtasis de miedo y venganza, un deseo de matar, de torturar, de aplastar rostros con un martillo parecían recorrer a todos los presentes como una corriente eléctrica, convirtiéndole a uno, incluso contra su voluntad, en un loco gesticulador y vociferante."
"Controlar los verdaderos sentimientos y hacer lo mismo que hicieran los demás es una reacción natural".
"Lo único de que se estaba seguro era de que cada trimestre se producían sobre papel cantidades astronómicas de botas mientras media población de Oceanía iba descalza. [...] Todo se disolvía en un mundo de sombras en el cual incluso la fecha del año era insegura".
"La ortodoxia significaba no pensar, no necesitar el pensamiento. Nuestra ortodoxia es la inconsciencia."
"La libertad es poder decir libremente que dos y dos son cuatro. Si se concede esto, todo lo demás vendrá por sus pasos contados."
"La guerra es una manera de pulverizar o de hundir en el fondo del mar los materiales que en la paz constante podrían emplearse para que las masas gozaran de excesiva comodidad y, con ello, se hicieran a la larga demasiado inteligentes."