Rayuela
es una de esas novelas sobre las que no sabes bien qué decir. Transmite una
sensación de tristeza en cada página, a veces con una pizca de esperanza,
aunque en el fondo sepas que muy difícilmente las cosas saldrán bien. Y no sólo
por los argentinos que viven en París sin querer volver, de alguna manera
gustosos de poder fingir que no saben francés cuando les conviene, sino por esa
forma de encadenar las palabras, esa forma de enlazar capítulos en orden casi
aleatorio, aunque indicado. Y es éste el aspecto más conocido de esta obra: que
aparte del orden natural, podemos decir, de lectura (de los capítulos 1 al 56,
y del resto, amigo, olvídate, que ya te han contado todo lo que te tenían que
contar), encontramos uno que comienza en el 73, sigue en el 1, avanza hacia el
2, y salta al 116, y que sin detenerse va como un niño, a saltos irregulares.
Yo escogí este segundo orden, tanto por lo llamativo como por la curiosidad de
los capítulos más allá del final: ¿qué me pueden contar esas cientos de páginas
extra?
El protagonista absoluto es
Oliveira, pero ¡ah!, llega un punto en el que no podemos obviar la importancia
de la Maga en cada página, aunque no aparezca, como bien se observa cuando
están Oliveira y Pola, u Oliveira y la vieja artista, o incluso cuando ella
está en otro continente. Y es que todos hablan de la Maga. Sus amigos, esos
cultos hombres que se reúnen para filosofar y hablar de metafísica, de sus
metáforas y de sus realidades, no se olvidan de atender a sus preguntas sobre
sus conversaciones. Y es que la Maga “era tan tonta. De ella conocíamos los
efectos en los demás. Éramos un poco sus espejos, o ella nuestros espejos.” Y
Gregorovius no puede convencer a Oliveira que nunca se acostó con la Maga, y
ella tampoco, así que la marcha del argentino es una pena más en el corazón de
la madre. La madre con el hijo enfermo que no confía en llevarlo al hospital,
la madre cuyo vecino de arriba aporrea por las noches el suelo por más baja que
ponga la música, la madre que transmite pena y fortaleza al mismo tiempo.
Y entonces, Horacio no regresa a Buenos Aires, a Horacio lo
echan de su París y no le queda otra que volver. Se reencuentra con Gekrepten,
que tanto lo echaba de menos, aunque él no quiera, y prefiere no volver con
Traveler y Talita, pero éste le ofrece un trabajo y ahí está, en un extremo de
la relación, dejando a la desolada Talita en el centro, todo porque su chico se
parece tanto al que acaba de volver, que no puede evitar discutir a cada rato,
poniéndola a ella en una situación delicada, como en medio de dos tablones
atados a metros y metros sobre el asfalto de la calle.
Y no podemos olvidar al enfermo
escritor, Morelliana, que nos cuenta sus pensamientos sobre la literatura y la
escritura, a veces directamente, a veces a través de los escritos que el grupo
lee.
En mi opinión, la novela es una
definición de su propio título: es como una rayuela de tiza en la acera: está
ahí, brilla de alguna manera, pero mañana habrá desaparecido, ya sea pisoteada
por la gente o mojada por la lluvia.
“Entre
el Yin y el Yang, ¿cuántos eones? Del sí al no, ¿cuántos quizá? Todo es
escritura, es decir, fábula. […] Nuestra verdad posible tiene que ser
invención, es decir, escritura, literatura, pintura, escultura, agricultura, piscicultura,
todas las turas de este mundo. Los valores, turas, la santidad, una tura, la
sociedad, una tura, el amor, pura tura, la belleza, tura de turas.”
“Como no sabías disimular me di cuenta enseguida de que
para verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos.”
“La novela que nos interesa no
es la que va colocando a los personajes en la situación, sino que instala la
situación en los personajes.”
“En lugar de Wong había una sonrisa de gato de Chesire y
una especie de reverencia entre el humo.”
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