martes, 10 de septiembre de 2013

Mi día y mi noche

Pensamientos me rondan la cabeza. Nada del otro mundo, nada que no le pase a nadie, son pensamientos normales: sobre amigos, estudios, familia, mi casa, ... y también cosas más concretas: lo que comeré ese día; lo mucho que brilla y calienta el sol, pero la sensación ligera de frío que me atormenta si paso un rato parada a la sombra; el brillo de ese faro de coche en mitad de la noche; un "¡vaya!" cuando la luz atraviesa mi pelo y se distinguen mejor los matices rojizos; o un notable olor a pintura que me acompaña una noche.
Aún con los ojos cerrados, me acuerdo. No quiero abrirlos: aún es pronto y quisiera dormirme otra vez. Pero sé que no es posible, así que alargo el brazo, agarro el móvil, levanto un único párpado y compruebo que aún quedan un par de horas para que suene el despertador. Y me acuerdo. Y me sigo acordando durante el resto del día, porque sí. Es como una sombra que siempre me acompaña, pero que no está presente. Quiero contarle todo, desde que tengo un examen ese día hasta que tropecé con una piedra en mitad de la acera. Era grande, debería haberla visto, de hecho iba mirando cerca de ella, pero no fue así. Así que di un traspiés mientras agité los brazos en el aire en un espacio de tiempo tan corto, que casi no se vio. Un paso más adelante yo iba caminando con toda la tranquilidad, como si nada hubiera pasado. Pero ocurrió. Una simple minucia, una tontería, pero quiero compartirla. Quiero compartirla con él, porque sí, porque es mía, y empiezo a querer un "nuestro de todo lo "mío".
Sin tener claro cómo se ha ido haciendo hueco. Un hueco mullidito, cómodo y confortable dentro de mi cabeza. Y no parece un huésped con muchas intenciones de marcharse. De repente, sin haberlo pedido, mi día y mi noche son suyos. No, suyos no. Nuestros. 

                                         

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