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martes, 10 de septiembre de 2013

Mi día y mi noche

Pensamientos me rondan la cabeza. Nada del otro mundo, nada que no le pase a nadie, son pensamientos normales: sobre amigos, estudios, familia, mi casa, ... y también cosas más concretas: lo que comeré ese día; lo mucho que brilla y calienta el sol, pero la sensación ligera de frío que me atormenta si paso un rato parada a la sombra; el brillo de ese faro de coche en mitad de la noche; un "¡vaya!" cuando la luz atraviesa mi pelo y se distinguen mejor los matices rojizos; o un notable olor a pintura que me acompaña una noche.
Aún con los ojos cerrados, me acuerdo. No quiero abrirlos: aún es pronto y quisiera dormirme otra vez. Pero sé que no es posible, así que alargo el brazo, agarro el móvil, levanto un único párpado y compruebo que aún quedan un par de horas para que suene el despertador. Y me acuerdo. Y me sigo acordando durante el resto del día, porque sí. Es como una sombra que siempre me acompaña, pero que no está presente. Quiero contarle todo, desde que tengo un examen ese día hasta que tropecé con una piedra en mitad de la acera. Era grande, debería haberla visto, de hecho iba mirando cerca de ella, pero no fue así. Así que di un traspiés mientras agité los brazos en el aire en un espacio de tiempo tan corto, que casi no se vio. Un paso más adelante yo iba caminando con toda la tranquilidad, como si nada hubiera pasado. Pero ocurrió. Una simple minucia, una tontería, pero quiero compartirla. Quiero compartirla con él, porque sí, porque es mía, y empiezo a querer un "nuestro de todo lo "mío".
Sin tener claro cómo se ha ido haciendo hueco. Un hueco mullidito, cómodo y confortable dentro de mi cabeza. Y no parece un huésped con muchas intenciones de marcharse. De repente, sin haberlo pedido, mi día y mi noche son suyos. No, suyos no. Nuestros. 

                                         

miércoles, 28 de agosto de 2013

Pasajeros

¿Cuántos suspiros han chocado ya contra la ventana? Mejor será no contarlos, casi olvidarse de que existen, relegarlos a la categoría de "incomodidades pasajeras". Pasajero es todo lo que viene y se va rápido, pasajero es todo lo movible, es todo lo que se acomoda un momento antes de levantarse y proseguir con su camino, pasajero lo es casi todo.

                                  

Mírate al espejo: ¿eres consciente de que tu cara va cambiando poco a poco? Compárala con la de hace quince años, o con la de dentro de veinte. Hasta tus propios rasgos parecen pasajeros de sí mismos. Ahora prueba a maquillarte: lápiz y sombra de ojos, un poco de rímel, pintalabios. ¿Eres de las que se echan polvos en las mejillas, o prefieres pellizcarlas con delicadeza para que cojan color? Da igual, el cambio es visible. Y esta misma noche, o quizás esta madrugada, cuando te quites todo eso, volverás a percibir un cambio. Incluso te verás diferente de antes de pintarte. Pero sigues siendo tú, ¿verdad? Pero, ¿acaso eres la misma que hace diez años? ¿Exactamente igual?
Abre tu armario. No te vestías así, no te digo hace diez años, te digo hace tres. Seguro que hay cosas nuevas, incluso cosas que hace no tanto hubieras dicho: "no me convence", y no te hubieras comprado. Pero ahí, está, colgando de una percha, sin etiqueta y estrenado. ¿Qué hay de tu opinión? ¿No estabas tan segura de todo, hasta de las pequeñas cosas? ¿Por qué alteras tus gustos? ¿Acaso éstos también son pasajeros?
Déjame que te cuente un secreto. Puede que hoy estés muy segura de algo, y quién sabe, puede que esa opinión se mantenga inmutable hasta el fin de tus días, y lleves toda la razón. Pero también es posible que sin darte cuenta, de pronto un día te percates de que en algún momento cambiaste de opinión. Puede que seas más feliz así, o menos, o que el cambio no sea tan influyente como para notar mayor o menos alegría. Pero te habrás dado cuenta de algo: hasta tú eres pasajera.

jueves, 15 de agosto de 2013

Disgustos e imprevistos

Hay muchas cosas que me disgustan: la lluvia, el frío, la ausencia de chocolate, correr o llegar tarde son algunas de ellas. Pero aunque no puedas evitarlas, casi siempre puedes prevenirlas o repararlas: meter un paraguas en el bolso, abrigarte bien antes de salir, comprar en el establecimiento más cercano, andar muy rápido y salir antes de casa. Sin embargo, se convierten en un problema (o inconveniente, si nos levantamos optimistas) si surgen de repente: de pronto nos hemos dormido y en cinco minutos teníamos que haber entrado en clase, o estamos paseando tranquilamente y nos ha caído encima una lluvia de verano. ¡Qué desagradable es estar empapada de agua sucia mientras recuerdas que hace apenas unas horas te habías lavado el pelo, y habías escogido ese día tu camisa preferida!

                                        

Y es que, como la lluvia  de verano, hay cosas que llegan sin avisar. Como esas visitas tan incómodas a la hora de la siesta, justo cuando te habías recostado plácidamente; o encontrarte con alguien que te atraiga el mismo día que decidiste salir a la calle con la ropa con la que sales a tirar la basura por la noche.
¿Nunca os ha ocurrido que os viene algún recuerdo o pensamiento estúpido a la cabeza y se aloja unos días entre circunvolución y circunvolución, bien cómodo y calentito? Y cuando parece que se ha ido, se despereza, emite un amplio bostezo y pide un poco de agua, que ya se te secó la garganta. Te hace preguntas incómodas y asocia sucesos que nunca debieron asociarse. No tienes claro a qué ha venido, solo sabes que a nada bueno. Y es que no puede salir algo agradable de esos seres con patitas y garras que se anquilosan en tu lóbulo temporal como si les fuera la vida en ello. ¿Y qué vida?, te preguntas, si viven a base de la tuya. Y entonces no te queda otra solución: coges una antorcha, te adentras al lugar de donde proviene esa molesta voz, y la arrojas a ese ser no tan desconocido como querrías. Pero cuidado, no vayas a errar el golpe y a quemarte por dentro.

                                    

jueves, 8 de agosto de 2013

Todos los que somos y todos los que estamos

Lindos y bellos, todos los que somos y todos los que estamos.
Hablan de la magia de los cuentos, de lo bonito que sería el mundo si todo fuera perfecto. Pero no hablan de lo aburrido que sería eso. ¿Imaginas no esforzarte por algo que quieres porque todo te sale bien a la primera? ¿O no tener metas porque todo lo que deseas ser o tener está al alcance de tu mano, sin que tengas que realizar el más mínimo esfuerzo? No habría motivación por nada. Rápidamente lo que hoy te parece fascinante mañana será otra cosa más de la que te aburriste, como un niño que tiene tantos juguetes que ha olvidado más de la mitad. ¿Acaso no es más feliz el que recuerda el nombre y las características de sus cinco muñecos y es capaz de repetirte con todo lujo de detalles la aventura pirata en la que participaron ayer, después de la caminata por el desierto en busca de la tumba de un gran faraón de la tarde anterior usando como demás artilugios la imaginación?
De la misma manera, el poder alcanzar tus sueños tras luchar por ellos, el poder decir "he conseguido lo que quería" tras haber mejorado un poco más es suficiente aliciente para seguir el viaje. Y el tener días "normales" hace que los que pases con gente especial, o en lugares agradables, o realizando alguna tarea especialmente placentera merezca la pena. Poder mirar a alguien a los ojos después de un tiempo en su continua ausencia nos hace particularmente felices, aunque sólo sea por un momento. Y es que la felicidad se construye de pequeños pedazos, que en absoluto pasan desapercibidos entre tiempos peores, o simplemente, vacíos.
¿Y qué hay de lo bueno que permanece? De ese amigo de la infancia que siempre ha estado contigo, de ese recuerdo de hace tantos años que te hace sonreír cada vez que lo ves, de ese vestido de verano que tantos buenos momentos ha compartido contigo. Incluso, sí, de lo bueno que permanece dentro de ti. Quizá sea esa ilusión que siempre has llevado contigo, o ese carisma con el que logras conquistar tus objetivos, o ese optimismo con el que enfrentas los problemas, o esa fortaleza con la que siempre sales adelante. Pero siempre hay algo que parece no abandonarnos nunca: nos acompaña fielmente en las tranquilas travesías y en las tormentas.
Desde luego, no me olvido de lo bueno que se añade. Ya sean personas, valores, sentimientos, competencias u objetos, siempre hay cosas por las que estar agradecido con la vida, por pequeñas que sean. Quizá sorprenda su llegada, o quizá fuera muy esperada, pero es algo nuevo que se adhiere a nosotros, a nuestra vida, y nos hace recordar que siempre pueden venir alegrías.
Por todo ello, aprecio lo que soy, lo que tengo y la manera que tengo de vivirlo. Porque me hace sentir satisfecha y a gusto. ¿Y qué más se puede pedir?

                                    

jueves, 25 de julio de 2013

¿Bailamos?

Se escuchan susurros al otro lado, susurros que indican vida, que muestran algo más que quedarte sentada esperando un milagro. ¿Y si el milagro fuera cruzar la puerta? Y darte cuenta de que, de algún modo, al otro lado sigues avanzando. No sabes hacia dónde, pero poco importa ahora: el camino se muestra interesante. No es un sendero de baldosas amarillas, como el que siguió Dorothy, pero es tu propio sendero, y te das cuenta de que, una vez que das el primer paso, el resto le siguen, como en una curiosa coreografía. Una cuyos pasos sólo puedes hacer tú.
Así que agarras tus zapatillas de baile y das el primer paso hacia la puerta. Sujetas el picaporte, lo giras, y escuchas la música. Empieza la función.

                                    

lunes, 8 de julio de 2013

Puertas cerradas

Llega un momento en el que no queda esperanza. Has luchado y has perdido una y otra vez. No ves progreso, no ves avance. Tampoco es como si el tiempo se detuviera y simplemente todo parara; en lugar de eso ves que todo gira a tu alrededor, todo sigue avanzando, siguiendo su curso, pero tú no puedes hacerlo. Parece incluso que sólo pierdes el tiempo, pero no puedes pararlo, o aprovecharlo. Delante de ti hay una puerta cerrada, que ya has intentado abrir tantas veces que ni te molestas en intentarlo. Todos los que iban de la mano contigo encontraron su camino, tomaron sus decisiones y siguieron adelante. Pero tú sigues ahí, mirando esa estúpida puerta, pensando en una llave para abrirla, o en un hacha para destruirla. Y tus manos siguen vacías. Es ahí cuando llega el auténtico reto: crear esperanza de la nada, creer que un día, sin más, la puerta se abrirá y podrás seguir tu camino, creer que un día lucharás y no perderás. No puedes basarte en nada: nada indica que no vayas a perder, nada indica que tengas la posibilidad de volver a luchar, pero en eso se basa la fe, y la fe es un reto: creer en algo sin pruebas, sin avisos, sin verlo y sin sentirlo. Solo creer en ello porque sí, porque sin esa creencia no podrías levantarte por las mañanas.

                                 

jueves, 27 de junio de 2013

La nada

            -Así que esto es la muerte-dijo.-Pues no se está tan mal.
            Miró hacia los lados, y no vio nada.
            -Este debe ser el vacío del que tanto hablan. ¿Pero no debería hacer frío?
            Justo cuando terminó de pronunciar estas palabras, sintió una fría corriente, como si alguien se hubiera dejado abierta la ventana en pleno invierno.
            -¡Cierren eso!-exclamó, no supo muy bien por qué. Pero alguien debió hacerle caso, porque dejó de sentir frío.-Quizá aquí te obedezcan todos tus deseos. Eso estaría bien.-Así que cerró los ojos e imaginó lo que más deseaba en ese momento. -¡Quiero tarta!-Pero nada ocurrió.-De chocolate-siguió-con almendras y nata. Y caramelo. Y bizcocho por abajo. Y con unas cuantas cerezas rojas por encima, como las buenas de verdad.-Pero siguió sin pasar nada.-Pues vaya-decepcionado, echó a andar.
            Iba dando patadas al aire, gritando palabras que le venían a la mente, sin ningún sentido, por ver si pasaba algo. Pero todo seguía exactamente igual. Esperaba cualquier cosa: distinguir o sentir algo, ver a alguien, o poder hablar con él. Estaba muerto, pero eso no parecía el cielo, al menos no el cielo del que le habían hablado: no había ángeles de rubios rizos tocando el arpa, ni ninguna puerta con un hombre barbudo custodiándola, y tampoco sentía paz. Aunque tampoco parecía el infierno: no oía gritos, no había fuego, no estaba siendo torturado ni veía a ningún ser con patas de cabra, rabo y cuernos que sujetara un tridente. ¿Qué había sido de él? De pronto, se sintió perdido, abandonado a su suerte. ¿Qué le esperaría? ¿Habría algo si seguía avanzando? ¿Realmente estaba avanzando? Y como no podía responder a ninguna de sus preguntas, se detuvo. Se sentó en el suelo y comenzó a sollozar. Pero vio que de sus ojos no caían lágrimas por más que lo intentara; probó a pellizcarse las mejillas, incluso, pero el resultado fue idéntico. Como si de un experimento se tratara, comenzó a golpearse las piernas con los puños; paró cuando se cansó y comprobó que ni siquiera se habían puesto rojas, y que no sentía dolor.
            -Quizá sea esto-se dijo. –Quizá el fin consista en vagar durante toda la eternidad completamente sólo, sin nada ni nadie con lo que entretenerse, y sin poder sentir como cuando estaba vivo.
            Entonces tuvo una idea:
            -¿Y si pensara en todas las cosas buenas y malas que he hecho? Quizá esto sea una especie de limbo, y cuando averigüe qué tipo de persona soy y de qué me debo arrepentir, vaya a otra parte.
            Pero no fue así.

                                          

jueves, 6 de junio de 2013

Lágrimas

Las lágrimas pueden traernos felicidad. Pueden ser una señal de que nuestro corazón late, de que seguimos sintiendo esperanza, de que podemos conmovernos por las cosas que nos suceden o presenciamos. Nacen de lo más profundo de nuestro corazón, y nos permiten expresar todo lo que no siempre podemos hacer con palabras, y en un lenguaje que no necesita gramática ni léxico, y por tanto es universal. ¿Cuándo fue la última vez que lloraste? ¿Y cuál fue el motivo? ¿Eres capaz de recordarlo? Eso es una buena señal. Señal de que no te has enfriado y sigues sintiendo como el primer día.
En ocasiones las mostramos a todo el que pueda mirar, para que vean que sentimos, que nuestros sentimientos están a flor de piel; otras veces la reservamos para una o varias personas especiales, reflejando la calidez de la relación que sentimos; y en otros momentos, las guardamos para nosotros: son privadas, son nuestras, y sólo nosotros podemos enterarnos de que existen y comprender sus motivos. 
En la mayoría de los casos, sus motivos son tristes. Entonces, suelen ir acompañadas de muchas más. Fruncimos los párpados y la boca y nos llevamos las manos a la cara. Sollozamos, y nuestros hombros se mueven al ritmo de nuestra respiración. Sentimos que algo se ha roto dentro de nosotros, y dejar que el agua salada fluya parece ser el principio de la reconciliación con los acontecimientos. Quiza éste no llegue nunca, pero ahí está nuestra pequeña muestra de sentimiento: ahí esta, en unas cuantas gotas, todo lo que sentimos, todo lo que queremos, todo lo que somos en ese momento. Si lloramos de tristeza, es porque sabemos que no hay solución: nuestros planes y deseos están condenados al fracaso, y ese ha sido el momento de admitirlo. Ya llegará el salir adelante, ya llegará el recomponerse e idear nuevas ilusiones. Por ahora es momento de que fluyan los sentimientos, de abnegarse al fracaso y a la pena, y dejar que salgan las lágrimas.

                                      

domingo, 26 de mayo de 2013

No dejes que el agua te arrastre hacia abajo

       A veces no se puede volver atrás, no podemos ser más jóvenes, hacer lo que no hicimos o no hacer lo que nos hará arrepentirnos. A veces, simplemente, estamos hundidos, y no hay marcha atrás. 
     Simplemente comenzamos a ahogarnos. Estamos en un pozo muy hondo, llueve, y el agua helada va subiendo. Nos agarramos con las uñas al interior del pozo, para intentar escalar, pero cuando nuestras uñas se parten, cuando notamos que está demasiado húmedo para subir y nuestros labios se han vuelto azules, gritamos. Gritamos tan alto y tan fuerte que nuestro cuerpo se vacía de aire y nos hundimos. Nuestra voz está silenciada, levantamos los brazos cuanto podemos y sigue sin haber un centímetro de nosotros fuera del agua. Entonces aprendemos que gritar no sirve de nada, que nadie va a rescatarnos, a sacarnos de allí. Así que, como podemos, subimos, nadamos hacia arriba con todas nuestras fuerzas. Tomamos una bocanada de aire y nos entran gotas de lluvia, pero eso ya no parece tan importante. Sabemos que no tenemos que gritar, y ponemos nuestras esperanzas en poder mantenernos a flote mientras el agua siga subiendo. Y que siga subiendo, para poder alcanzar la boca del pozo. 
       Sólo queda una última recomendación: no dejes que el agua te arrastre hacia abajo.

                                      

viernes, 10 de mayo de 2013

El novio ideal



El novio ideal es sonriente, de mirada intensa, sereno, atlético, atractivo, alto y mira pasar a la gente con un gesto mezcla de interés y despreocupación. Lleva el pelo perfecto, está depilado y viste a la moda. No necesita hacer ejercicio para mantener los abdominales, así que ese tiempo podrá dedicártelo a ti. Nunca te contradice, nunca dice que no, y nunca se apartará si le abrazas demasiado. Nunca ocupará el asiento por ti, y puedes dejar que lleve tus bolsas. Además, siempre está en tiendas, así que no pondrá pegas a ir de shopping. Tampoco tendréis discusiones, ni adorará más a su madre que a ti.
¿Buscas un novio ideal? Es de plástico. Está colocado en un expositor.


viernes, 3 de mayo de 2013

Fracasos y cimientos

Hay fracasos que te hacen plantearte todo: tu vida, la de los demás, el cómo enfocas las situaciones, tu planteamiento vital, todo. Lo malo es que estos planteamientos están llenos de inseguridades: un día crees una cosa y al siguiente otra, pero siempre hay un rescoldo común, que va aumentando poco a poco, hasta hacerse evidente, como un gran rascacielos en medio de una aldea desolada.
Y es que si hay fracaso es porque hay desolación. Los cimientos en los que te basaste están mal, todo ha caído, absolutamente todo se ha destruido: hay que empezar de nuevo. Así que retiras los rastrojos que quedan y dejas espacio a nuevas construcciones. Y empiezas en ese mismo momento, con ideas de paja, hasta que consigues una de un material más resistente, y te fundamentas en ella para volver a construir tu aldea.
En esa aldea  hay una base, y esta vez es una base de movilidad: no hay nada consistente: los que hoy son tus amigos puede que mañana dejen de serlo, los que hoy conoces tan bien mañana pueden ser completos desconocidos, las personas a las que se supone debes sentirte más unida son de las que prefieres alejarte. No hay un "para siempre", ni un príncipe azul, ni unos amigos de toda la vida. Ésa es la verdad absoluta: lo único que hay en esa aldea, lo único que puede haber jamás, es una sola casa, pequeña, de una planta, sin jardín ni terraza, donde vive una única persona, sola, hasta que muera, sin nadie que vaya a acompañarla jamás. Y lo único que puede hacer esa persona es hacerse a la idea y convertirse en autónoma: no necesitar a nadie es el único camino para poder seguir adelante.


jueves, 25 de abril de 2013

Ser

No soy la chica más guapa, ni la que se lleva al chico más guapo del baile; no tengo la mejor sonrisa, ni me queda perfecta la ropa; no saco las mejores notas, ni se tocar ningún instrumento; no soy la más divertida de la fiesta, ni la que recuerda dónde dejó los zapatos.
Pero sí soy la que lucha por lo que quiere, la que intenta sacar una sonrisa al más triste, la que se llena de valor y se hace sociable si hace falta, la que antes de mentirte te dirá la verdad aunque duela, la que estará contigo siempre que te lo merezcas, la que organizará el trabajo en grupo y se pondrá a ello antes que nadie, y la que sigue siendo en el fondo una romántica.

jueves, 18 de abril de 2013

No todos los finales tienen sentido

No quiero buscar culpables. Y sólo hay uno, pero no creo que pensarlo ayude. De todos modos, yo me siento libre de culpa: yo luché hasta el final, lo intenté todo. No creo que nadie ose decir lo contrario. Puse todo de mi parte, me volqué. Para acabar caída. 
Sólo pedía una cosa, una cosa muy sencilla, nada fuera de lugar, nada estrambótico, nada que cualquier persona normal no pensara dar en una situación así. Y lo recibía, pero hace ya tanto tiempo... o quizá sea mi memoria, que modifique mi impresión del tiempo, que no sepa exactamente dónde se halla el comienzo del fin. O quizá sí. En la primera mentira, el primer ocultamiento, y la primera promesa por romper. Fui muy ingenua en aquel momento, pero a pesar de todo, no me arrepiento. Después de todo, no se puede acusar al ladrón antes del robo.
Después de tanto empeño por mi parte, recibí abandono. Recibí frases sin sentido que sólo justificaban el propio deseo de desfasarse de mala manera, de perderse entre alcohol y escotes, de no tener que darle a nadie la mano, a nadie que lo hubiera dado todo. Y resulta que lo que pedía era lo que más me costaba darle: resulta que quería ser cobarde, que quería rendirse al poco de empezar, que quería tener la vida de los que acaban arrepentidos y maltrechos. 
Lo que había se merecía tiempo, esfuerzo y detalles. Estas cosas se miman, como si fueran flores, se riegan día a día. Y lo más importante: se intenta ser mejor persona y sacar lo mejor de uno mismo. Pero eso es demasiado esfuerzo. Es más fácil huir, salir corriendo, llenarse de abrazos y besos falsos que no igualan en calidad pero superan en número.

martes, 16 de abril de 2013

Lo más complicado del mundo

No sabía yo que podía haber cosas tan complicadas. Está bien, sí, que me crezcan alas o eche fuego por la boca, aparte de estúpido, es complicado, por no decir físicamente imposible y levantar un camión con una mano, además de sinsentido... sí, sigue siendo físicamente imposible. Pero me refiero a algo probable, algo que de hecho le puede pasar a cualquiera.
Tenerlo "todo" y de pronto, como en un soplido, no quede nada. No poder tocar, oler, acariciar, y ni siquiera mirar. Saber que sólo quedan recuerdos, recuerdos que tienes que intentar apartar constantemente, pero es tan difícil como apartar las gotas de agua que se pegan a tu cuerpo en medio del mar. Y así me siento: sumergida, ahogada, sin aire.
Como si tuviera un boquete en medio del pecho. Un boquete gigante en un cuerpo diminuto. Me siento del tamaño de un botón y tan frágil como un cristal a punto de tocar el suelo. Y todos quieren que sonría, que salte, que ría. ¿Y si no quiero? ¿Y si no puedo? ¿Y si lo que me sale es sumergirme entre sábanas y quedarme ahí hasta que pasen meses? ¿Y si lo que quiero es sumirme en mis pensamientos y  adentrarme en la nostalgia? ¿Y si lo que quiero es volver al principio?
"Nunca, nunca" me repito. Pero suena tan estúpido. Me convenzo, hablo con quien lo afirma más rotundamente que yo, y me digo: "nunca". Pero veo cualquier cosa y empiezo de nuevo. Me distraigo, pero mis pensamientos ganan a mi distracción. No puedo estar eternamente distraída. ¡Y lo que me cuesta! "¿Y si...?" empiezo. Pero lo callo, lo estrujo, lo ahogo, y ya sólo es un susurro, hasta que lo libero creyéndome ganadora y lo grita, lo grita muy alto. Tan alto que nadie más que yo lo escucha. Pero está ahí, sigue ahí, sigue con sus "¿Y sí?s", con sus recuerdos, con sus ganas, con su fuerza, con sus amarres. Y no quiero escuchar, pero de nada sirve que me tape los oídos. Y entonces vuelvo a mi mantra: "nunca, nunca, nunca". Y se me hace la palabra más fea del mundo. Es fea, pero es mía, es toda para mí, es el único "todo para mí" que tengo. Debo aprender a encariñarme de ella, a que se me haga suficiente, a mirarme al espejo. Y cuando todo vaya mal, cuando vuelva a pensar en caer, sólo tendré que recordar a mi nueva y fea amiga.
Nunca.

domingo, 31 de marzo de 2013

Belleza


Hay cosas preciosas en este mundo, desde una sonrisa sincera de alguien a quien quieres, hasta una tarta de chocolate. La belleza se esconde por todas partes, aunque a veces nos resulte más fácil que otras encontrarla. Pero está en todos sitios, lo aseguro. En todo se puede encontrar un lado bueno, por pequeño que sea. En cada crisis hay una oportunidad para superarse; en cada derrota, una oportunidad para aprender algo nuevo. Lo bello no es sólo lo agradable de ver, que también, sino todo aquello provechoso y bueno. Una imagen puede ser bella por sus colores, la luz, el orden y la forma de los elementos que aparecen en ella, el significado que le damos, o lo que representa; de la misma forma, una persona no es sólo bella por sus rasgos o el color de ojos, pelo y piel: es bella por todo lo que la compone, dentro y fuera, significante y significado. Y lo mismo ocurre con las situaciones. Por eso siempre hay algo bueno en todo lo que podamos encontrarnos. La vida no consiste en quejarse de lo malo, sino en, si no podemos evitarlo, aprender de ello y buscar el lado bueno que trae.
            Incluso la filosofía oriental comparte este punto de vista con el yin () y el yang (). 
 
Yin es el lado oscuro, la noche y lo femenino; Yang el lado claro, la luz y lo masculino. Cada parte contiene una semilla de la otra: en toda oscuridad hay un espacio de luz, igual que en toda luz hay un espacio de oscuridad.

viernes, 22 de marzo de 2013

Los paradigmas de la educación



Quiero mostraros un vídeo de Ken Robinson de hace algunos meses, en el que habla de los paradigmas de la educación actual. Está doblado al español para que los hispanohablantes podamos entenderlo en todos sus matices.















Es muy recomendable y a mí personalmente me dejó con los pelos de punta y sin palabras. Ese es uno de los motivos por los que no comentaré mucho más acerca del vídeo, y el otro, y el más importante, realmente, es que Robinson lo deja muy claro ya, sin asomo de duda.

http://www.youtube.com/watch?v=WbOtm0zkxLQ

domingo, 24 de febrero de 2013

Bombones

Piensa en bombones. Esos pedacitos de cielo hechos principalmente de chocolate. Rellenos de licor, de praliné o de más chocolate. Con distintas formas, texturas, sabores e incluso olores.

Puedes tomarlos como premio (por algo que conseguiste, o como consolación), como agradecimiento hacia quien te los regaló, como forma de disfrutar de una tarde o de una noche (e incluso de una mañana), en reuniones sociales o celebraciones "selectas", o como consecuencia de un antojo. En definitiva, cualquier escusa es buena para llevarte uno (o varios) a la boca.
¿Por qué lo hacemos, a pesar de que no son la oferta más económica, y de todas las calorías atroces que contienen? Sabemos que son pequeños pecaditos, que si nuestro médico habitual nos estuviera observando tendría una expresión de disgusto, pero nos da igual. Y hay una razón muy simple: nos puede el instinto primitivo de la consecución de los deseos inmediatos, nos puede el recuerdo de la última vez, del sabor del suculento dulce, de la liberación de endorfinas por el torrente sanguíneo directamente al cerebro, del placer. El placer que nos hace sonreír felices y repetir.
Los bombones son grandes pequeños amigos: no se quejan, no discuten, se presentan lividinosamente ante nosotros, con una muda expresión de "cómeme" y un consuelo de "no sé lo diré a nadie, te guardo el secreto", y siempre están dispuestos a complacernos y a hacernos felices. ¿Por qué negarnos el capricho de tener pequeños momentos felices?

jueves, 14 de febrero de 2013

San Valentín 2013


Hoy vuelve a ser 14 de febrero. Y parece que no, pero ya ha pasado un año. Un año curioso, que nadie lo dude, un año más.
Se vuelven a ver parejas felices revoloteando, cogidas o no de la mano, hablándose o sólo mirándose, pero sonríen como si les hubieran dado la mejor noticia del mundo. Quizá se la hayan dado; hace un mes, siete, un año o veinte; que la buena noticia sea la felicidad que sienten al estar con sus parejas, que están bien y que parece que seguirán estándolo. ¿Qué mejor noticia que ésa?
Es un día como los demás, no quieres a tu pareja sólo hoy, claro, pero es una bonita excusa para acentuarlo y exhibirlo, celebrándolo a la manera que sea: quizá una comida o cena en común, quizá regalarse algo, quizá un sencillo "felicidades, te quiero mucho". Cierra los ojos e imagina que te lo dicen. ¿No es un gran motivo para sonreír?

jueves, 13 de diciembre de 2012

¿Locura?

A los mal llamados “locos” se les trata con miedo, como si fueran animales peligrosos y violentos. Antaño se los metía o que en cárceles, se les abría el cerebro, se les daba “terapia” de electrochoque o con chorros de agua a presión. Afortunadamente, ya no reciben este trato, pero la sociedad sigue apartándolos, sigue temiendo su contacto, como si fueran a “contagiarse” y a necesitar internamiento. Debemos romper este prejuicio: tratarlos como lo que son: seres humanos con uno o varios problemas. 
Es interesante conocer el hospital psiquiátrico de la Borda (Buenos Aires, Argentina), en el que se creó un programa de radio para que los pacientes pudieran expresar lo que quisieran. Fue creado por un psicólogo como terapia.
Recomiendo ver estos vídeos, y sobre todo escucharlos, pertenecientes a este programa.
http://www.youtube.com/watch?v=X-1NN1xHAJw&feature=related
http://www.youtube.com/watch?NR=1&v=dc5sRo_nGMc&feature=endscreen
Y he aquí la canción que el grupo madrileño “El Canto del Loco” les dedicó cuando fue a visitar a estas grandes personas.
http://www.youtube.com/watch?v=seC6wwIUDIk
Saludos, y que tengáis una mente abierta y sin prejuicios, para poder disfrutar de la vida.



jueves, 22 de noviembre de 2012

¿Yo?


Sí, soy yo. Esa que se carcajea por cualquier cosa. Esa que colecciona separadores, que adora los llaveros y a la que le gusta llevar el pelo largo. Esa que no necesita agacharse para pasar bajo las ramas de los árboles, esa que imita las caras de los bebés al verlas, esa a la que no le gusta la lluvia.
Despeinada, con los ojos entrecerrados, sin gafas, me acerco al espejo. Suelto un bostezo a esa cara que me mira somnolienta. No recuerdo lo que he soñado, pero la costumbre ha hecho que no me pregunte por el contenido de mis sueños. "¿Qué tal será hoy?" es mi pregunta interna. Pero no quiero respuestas. Aún no. Primero hay que asearse y hacer la cama. ¿Y después? Después sigo siendo yo, descalza, si la temperatura lo permite; pero tan ingenua y despistada como siempre.