martes, 16 de abril de 2013

Lo más complicado del mundo

No sabía yo que podía haber cosas tan complicadas. Está bien, sí, que me crezcan alas o eche fuego por la boca, aparte de estúpido, es complicado, por no decir físicamente imposible y levantar un camión con una mano, además de sinsentido... sí, sigue siendo físicamente imposible. Pero me refiero a algo probable, algo que de hecho le puede pasar a cualquiera.
Tenerlo "todo" y de pronto, como en un soplido, no quede nada. No poder tocar, oler, acariciar, y ni siquiera mirar. Saber que sólo quedan recuerdos, recuerdos que tienes que intentar apartar constantemente, pero es tan difícil como apartar las gotas de agua que se pegan a tu cuerpo en medio del mar. Y así me siento: sumergida, ahogada, sin aire.
Como si tuviera un boquete en medio del pecho. Un boquete gigante en un cuerpo diminuto. Me siento del tamaño de un botón y tan frágil como un cristal a punto de tocar el suelo. Y todos quieren que sonría, que salte, que ría. ¿Y si no quiero? ¿Y si no puedo? ¿Y si lo que me sale es sumergirme entre sábanas y quedarme ahí hasta que pasen meses? ¿Y si lo que quiero es sumirme en mis pensamientos y  adentrarme en la nostalgia? ¿Y si lo que quiero es volver al principio?
"Nunca, nunca" me repito. Pero suena tan estúpido. Me convenzo, hablo con quien lo afirma más rotundamente que yo, y me digo: "nunca". Pero veo cualquier cosa y empiezo de nuevo. Me distraigo, pero mis pensamientos ganan a mi distracción. No puedo estar eternamente distraída. ¡Y lo que me cuesta! "¿Y si...?" empiezo. Pero lo callo, lo estrujo, lo ahogo, y ya sólo es un susurro, hasta que lo libero creyéndome ganadora y lo grita, lo grita muy alto. Tan alto que nadie más que yo lo escucha. Pero está ahí, sigue ahí, sigue con sus "¿Y sí?s", con sus recuerdos, con sus ganas, con su fuerza, con sus amarres. Y no quiero escuchar, pero de nada sirve que me tape los oídos. Y entonces vuelvo a mi mantra: "nunca, nunca, nunca". Y se me hace la palabra más fea del mundo. Es fea, pero es mía, es toda para mí, es el único "todo para mí" que tengo. Debo aprender a encariñarme de ella, a que se me haga suficiente, a mirarme al espejo. Y cuando todo vaya mal, cuando vuelva a pensar en caer, sólo tendré que recordar a mi nueva y fea amiga.
Nunca.

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