domingo, 24 de febrero de 2013

Bombones

Piensa en bombones. Esos pedacitos de cielo hechos principalmente de chocolate. Rellenos de licor, de praliné o de más chocolate. Con distintas formas, texturas, sabores e incluso olores.

Puedes tomarlos como premio (por algo que conseguiste, o como consolación), como agradecimiento hacia quien te los regaló, como forma de disfrutar de una tarde o de una noche (e incluso de una mañana), en reuniones sociales o celebraciones "selectas", o como consecuencia de un antojo. En definitiva, cualquier escusa es buena para llevarte uno (o varios) a la boca.
¿Por qué lo hacemos, a pesar de que no son la oferta más económica, y de todas las calorías atroces que contienen? Sabemos que son pequeños pecaditos, que si nuestro médico habitual nos estuviera observando tendría una expresión de disgusto, pero nos da igual. Y hay una razón muy simple: nos puede el instinto primitivo de la consecución de los deseos inmediatos, nos puede el recuerdo de la última vez, del sabor del suculento dulce, de la liberación de endorfinas por el torrente sanguíneo directamente al cerebro, del placer. El placer que nos hace sonreír felices y repetir.
Los bombones son grandes pequeños amigos: no se quejan, no discuten, se presentan lividinosamente ante nosotros, con una muda expresión de "cómeme" y un consuelo de "no sé lo diré a nadie, te guardo el secreto", y siempre están dispuestos a complacernos y a hacernos felices. ¿Por qué negarnos el capricho de tener pequeños momentos felices?

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