viernes, 12 de octubre de 2012

Zapatos


Eran unos zapatos tirados en la alfombra lo que le hicieron ver lo que vendría. De tacón alto, de esos que a ella tanto le gustaban. No necesitaba escuchar los sonidos provinentes de la habitación, ni anunciar su visita, ni llegar al dormitorio, para saber que éste ya estaba ocupado. Ella, quien tanto amaba el orden, no parecía molesta por el desorden: ropa desperdigada en todas direcciones, pero teniendo como epicentro la cama. Y ambos allí, sobre las sábanas, aún ignorantes de su presencia.
Se acordó de los zapatos. Habían sido un regalo de cumpleaños que él mismo eligió. Lo pagó de su bolsillo. Y ahora estaban ahí, sobre la alfombra. Pensó en recoger uno de ellos. Podría golpear la cabeza de ese hombre con él, hasta que quedaran rojos. Y luego coger el siamés y hacer lo mismo con ella. Gritarían. Les dolería tanto como a él. Sufrirían, y él podría sentirse vengado.
Pero en su lugar dio media vuelta y echó a los zapatos una última mirada de reojo antes de desaparecer por la puerta.

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