jueves, 9 de agosto de 2012

Instinto maternal


Hoy voy a hablar de algo que me fascina, me encandila, me emociona, me interesa y, sobre todo, cuya presencia física cercana me convierte en un ser balbuciente y onomatopéyico. Sí, por supuesto, me refiero a los bebés, esos encantadores seres mofletudos y de grandes ojos.
 

No sé si se debe a las hormonas, al instinto maternal, a que yo soy así o a un poco de todo, pero en el momento en que veo a uno de estos risueños, me apetece cogerlo entre mis brazos, llenarle las mejillas de besos y hacerle mil y una tonterías para que se ría. Pocas cosas hay más bonitas y más sinceras que la sonrisa de un bebé.


Todos me parecen preciosos, dignos de los mejores anuncios de pañales. Y son tan encantadores cuando duermen, con sus puños cerraditos o sus manos entreabiertas, entre las que deseas enroscar un dedo tuyo. Y de pronto, ¡ah! sueltan un bostezo que te hace sonreír, por dentro y por fuera, y querer quedarte mirando a ese angelito toda la noche.

Y esa cara de asombro tan característica cuando algo le sorprende. Están tan poco hechos al mundo que este es un gesto totalmente normal en un bebé.
 

O cuando ponen esa otra expresión de preocupación, con las pestañas casi en pendiente hacia los lados.
 

¿Qué hay de cuando parece que te observan sabiamente? Quién sabe, quizá no sólo lo parezca.

Y para despedirme, te dejo con otra imagen, una que representa lo que deberías hacer siempre.

Exacto: sonreír y observar el mundo desde ese lado inocente y divertido.
Espero que te haya gustado este post. Y no olvides comentar, si te ha encantado.

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